Poesía

Austral

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El viento que sopla hacia el sur le recuerda
un hombre
un nombre.
Allá, en la lejanía, se desvestía tantas veces
una mujer desconocida,
debajo portaba en las bragas de encaje,
toxinas, sulfuros, cianuros y ácidos
secretados durante la cópula.
Llena de caretas y estrategias ambiguas
señalaba los puntos cardinales con un norte tambaleante
que jadeaba detrás de su frente.

En una playa solitaria
corría hacia el oriente,
vestigios a su paso:
edificios decadentes,
varillas oxidadas,
techos a medio desmoronarse,
un sonido de brisa adherente.

De noche, una estrella de mar reposó bajo sus pies,
ella se vendó el corazón y rasuró las horas, los días,
las olas, se calcinaba a término medio,
ardiente, flamígera porque lejos
su amante lamía sus heridas.

Subió a una colina y miró con estupefacción las nubes
las nubes que reptan hacia el sur,
el sur suyo,
supuraron las llagas, sulfurosas,
el viento infinito, conocedor de sus hábitos
levantó su falda,
ella cayó bajo los almendros
presa de un ardor irreprimible.

Nuvolosa nostálgica

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…Unas nubes que a pesar de los cambios del tiempo, parecían ser siempre las mismas, pertenecerle. Eso es la vida, eso es lo que uno está viviendo.

Sergio Galindo, Polvos de arroz

Tengo en mi mente las nubes lenticulares de una tarde que ya no quiero nombrar. En mis vísceras putrefactas de malestar reptan los cirrus de una tarde de otoño. Ahora la primavera irrumpe, el atardecer se extiende con sus tronadoras y tabachines, alfombras amarillas y violetas en los senderos asfaltados. No puedo olvidar las nubes. Desde la azotea miro hacia el infinito y en esta tarde de febrero las nubes se han ido, sólo me queda la asquerosa nata de inmundicia que flota sobre la ciudad.
El agridulce invierno se aleja invadido de nubes variopintas, mañanas llenas de nubes, películas llenas de nubes, el té negro con nube, un mar etéreo, móvil a cuarenta mil pies de altura, los cirrus aromáticos que el incienso fuma en la soledad.
Hacia el poniente cúmulos lejanos se movían, riéndose de mi cortedad;
cirrus navegaron hacia el oriente profetizando la catástrofe sobre el índigo nocturno, augurios sin posibilidad de ser creídos. Líneas troposféricas mutantes malinterpretadas que sin embargo abandonan su forma deprisa.
Las soberbias nubes se llevan el líquido producto de mi sufrimiento, sólo me dejan una sal que nunca se va y que cruel, escoce las comisuras de mi cordura.
El invierno es una antesala vil.

Arrebol

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Mi pecho se acelera.
Subo las escaleras
mi víscera de la cordura repica.
En mis orejas surge un bermejo ineludible,
mi ira, mi vergüenza,
el encogimiento de mis palabras,
mis gemidos entrecortados;
para mi rostro, roja es cualquier pasión:
roja cuando el sino ejecuta su obra infame;
roja en el encuentro mi falsedad muda;
roja en el sacío existencial
en mi cuerpo por obra de mi mano,
mi mano que es la tuya
mi mano que es tu boca
o tu sexo o todo junto.
Mi pecho anticipa la espuma frenética,
escarlata,
escala, repta, se despeña,
en un estruendo de olas;
una gota púrpura sube violentamente,
se detiene entre mis senos.
Mis pasiones son vértigo, marea, sal.
Mi pecho se acelera en tu mano lejana
donde un ave que se despluma lentamente,
a voluntad,
un ave-mujer sin jaula,
torpe, triste, frívola;
sensible, voluptuosa, salvaje,
tímida silenciosa matinal, nocturna
vespertina.

Los poetas

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Hacemos panquecitos con arándanos.
Vamos al supermercado.
Entrenamos a los gatos con galletas de atún.
Quitamos garrapatas con sumo cuidado.
Mostramos nuestra indecencia
en una cámara web
para deleitarnos con una púber.
Carecemos del toque sagrado
las musas murieron de asfixia erótica.
Viajamos cargados de libros de filosofía
en un vehículo de propulsión humana
sólo para estrellarnos contra un pavor desconocido.

El arácnido, cuya verdadera naturaleza desconocía
se mantuvo inmóvil,
el pavor también.